La jauría
Tropezó y cayó al suelo cual muñeco roto. Se había torcido el tobillo y no se pudo levantar a tiempo. La jauría de hienas, viéndolo indefenso, se le abalanzó encima. No buscaban carroña; la carne humana también les atraía. Ladrando desenfrenadamente, mordieron furiosas al desvalido turista. Moribundo, éste sentía las salvajes dentelladas desgarrar su carne y las pestilentes lenguas lamer en busca de sangre caliente. Hocicos husmeantes se deleitaban con el olor a muerte. No pudo gritar; una hiena le había arrancado la boca de un mordisco después de protagonizar una graciosa cabriola. Las mandíbulas de los carroñeros, como cepos, amputaban y cortaban, hirientes, precisas, persistentes. El fétido aliento le mareó y le hizo perder el conocimiento mientras una garra le seccionaba el escroto. Desangrándose, fue pasto de las hienas en medio de la sabana, el ágape de honor de la histérica jauría, el festín de reyes canicular. Al final, restos desperdigados y risotadas sin par.
5 comentarios
Noticia -
plectrude -
Hard -
Carlos -
Hard -
Por lo demás, me ha parecido un relato sanguinariariemente despiadado, con litros de sangre por doquier.