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elpoetaenelvagon

La Navidad está en la calle

    

— Cariño, ¿qué tal el día?

La voz engolada de su mujer recorre los pasillos de la casa y le recuerda el encargo que le han mandado hoy de la editorial. Cansado, deja las llaves del coche en la mesa del recibidor y se dirige al cómodo y acogedor salón hábilmente decorado por la prestigiosa Isabel Farré.

— Bien, me han ofrecido trabajo. Un escrito acerca de la Navidad.

— ¡Eso es fantástico! En estas fechas te resultará más fácil hablar de paz, amor, solidaridad, altruismo…

Roberto no lo puede evitar y suelta una carcajada sarcástica. Repentinamente ha recordado que el año pasado, por estas fechas, Estados Unidos sopesaba construir el mayor muro fronterizo del mundo para blindarse frente a México, mientras miembros de Sendero Luminoso emboscaban y asesinaban a siete policías en Perú.

— ¿Pasa algo, cariño?

— No, qué va. Todo va genial — dice, y se levanta del sillón.

— ¿Adónde vas?

— A la calle, a coger ideas para el cuento.

— Pero si es 24 y aún tenemos que hacer unas compras…

La puta cantinela de todos los años, se dice Roberto, asqueado. Sin embargo, le responde con un “volveré pronto, descuida” y un guiño amistoso.

Joder, qué frío, piensa ya en la calle y, arrebujándose en su abrigo se dirige al Raval, el barrio más conflictivo de la ciudad condal. Llega en metro a Plaça Catalunya y baja por Las Ramblas hasta la calle Tallers, la primera bocacalle a la derecha. Las tiendas de discos e instrumentos musicales están cerradas a esas horas de la noche y, en el portal de la bien conocida Revólver, un par de borrachos, débilmente iluminados por el resplandor de las farolas de Las Ramblas, se abrigan con unas mantas raídas mientras hablan con sus botellines de plástico de alcohol 96°. Sin duda este es el portal más olvidado de la Historia, reconoce Roberto. Con un movimiento de mano ensayado, deja caer un billete de 10 euros y sonríe beatíficamente a los dos individuos. Al momento se da cuenta de la prepotencia de su gesto y de que una calderilla no le convierte en una mejor persona. Sin embargo, los borrachos ya se han abalanzado sobre el billete y, entre gruñidos, pelean por él hasta que lo rompen y cada uno se queda con una parte. Enseguida exigen un nuevo billete a Roberto, que les ignora y continúa adentrándose en el barrio. Lleva ya un rato callejeando cuando se da cuenta de que se ha perdido. En la calle en la que se encuentra tan sólo se ven comercios árabes abiertos y llenos de clientes norteafricanos y pakistanís. Sin embargo, pronto observa que no son los únicos profesionales que trabajan esa noche. Las prostitutas nigerianas también hacen horas, y se ven rodeadas por una caterva de jóvenes magrebís que las acosan y saben que hacen un descuento de dos por uno en Navidad. Esta es la avenida de la ruina y el paganismo, el símbolo de una vida salvaje, pero fantasma y obviada por las autoridades y la ciudadanía de los barrios altos. Roberto sabe que estas escenas son buen material para su cuento de Navidad, y las graba en su mente.

Deja atrás la calle Sant Pau y arriba a una pequeña plazoleta en la que varios mendigos ofrecen artículos recién sacados del contenedor. Se acerca y agarra un pequeño perro de peluche enmohecido por la humedad, pero antes de poder acercárselo a la nariz para intentar adivinar a qué huele, uno de los marginados se lo arrebata con manos temblorosas y, delicadamente, lo vuelve a colocar en su lugar, sobre los periódicos extendidos en el pavimento. Roberto entonces pregunta el precio.

    Seis euros.

    Vaya, ¿dónde no hay ya afán de lucro? El espíritu mercantil lo impregna todo…

    Oiga, cómprelo o no, pero a mí déjeme en paz.

Divertido, Roberto intenta arañar unos cuantos céntimos:

    Venga hombre, que es Navidad. Rebájemelo un euro.

El viejo extiende la avariciosa mano y se mete rápidamente la moneda en la ropa interior, a salvo de la codicia de sus compañeros.

    Usted viene aquí, hablando de Navidad y dinero, pero se aprovecha de la situación. Recuerde esto: cuando sus conocidos le pregunten cuánto le costó este perro y usted les cuente la historia, sus esputos serán los míos.

Roberto, hastiado ya del paseo, decide volver al calor de su hogar para sentarse frente a la televisión y ver anuncios divertidos de productos que sin duda comprará. El perro de peluche enmohecido –genial adquisición- le ayudará a escribir un cuento de Navidad basado en hechos reales, un cuento sin trampa ni cartón, sin colores llamativos ni frases descafeinadas. Qué bonita es la Navidad, piensa Roberto, y enciende el televisor.

  

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