Blogia
elpoetaenelvagon

La función ha terminado. Bajad el telón.

 

 

 

Hoy me ha dejado mi novia. La escena ha resultado de lo más triste: ella y yo sentados en un banco, comentando amigablemente el hecho de que ella en breves me iba a dejar definitivamente, y de que yo, embriagado del típico dolor de un enamorado despechado, no echaría la mirada atrás y seguiría el camino de mi vida tratando de olvidar momentos que se realizaron para recordarlos siempre. Esos momentos sé que me atormentarán mucho tiempo, y que en cuanto me pare a pensar con calma, y todo el ruido cese a mi alrededor, esas escenas pasadas volverán y me herirán. Pero llegará el día en que recuerde todo como una lección más de la vida, y ella será tan sólo una muchachita que me trató mal, y que perdió la cordura y se lanzó al abismo conociendo su profundidad y la imposibilidad de una marcha atrás.

 

Sentados en el banco se ha excusado, se ha descrito como el ser egoísta y despreciable que en realidad es y, por último, ha llorado. Maldita piedad la que sentí entonces por ella, y que me llevó a rodearla con mis brazos y susurrarle palabras optimistas al oído. Puro teatro. Actriz consumada. Tres meses de relación y es en un banco y a punto de ser abandonado en la cuneta cuando me doy cuenta de su habilidad para confundir y confundirse, y ser entonces la fabulosa intérprete que a todos engatusa. Me siento ridículo, manipulado, fácil. Me ha herido en mi orgullo, el poco que me quedaba después de tantos desplantes. Sin piedad, echando mano de todos sus trucos de manipuladora de corazones, ha conseguido lo que esperaba: una relación pretendidamente seria que finaliza cuando el cliente no está satisfecho con el producto, sean cuales sean las razones. Las razones reales casi nunca se saben; esta es una de esas ocasiones. Una frase más o menos bonita, otra más o menos cutre, y una última absolutamente inconcebible para acabar de una forma tan brutal una relación que, con un poco de riego y mimo, prometía. El patetismo de la escena es digno de las mejores películas de amor con final malísimo, esas que hacen vomitar de asco al público entre puñado y puñado de palomitas. Algo así ha sido. Y entre lloros, risas incluídas. Risas a modo de defensa, claro está; risas irónicas, cáusticas, mordaces. Risas que a dentelladas esquirlan la poca seriedad que queda en la relación. Risas que retumban en los oídos de la actriz y le hacen perder los papeles; estupefacta, se gira ansiosa hacia su público y señala con dedo acusador a quien ha osado interrumpir su colosal actuación. Con gesto irritado, mira a los ojos al saboteador y entiende que ha sido descubierta, y que la película nunca podrá convertirse en realidad por más que actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe, y actúe...

 

La función ha terminado. Bajad el telón.

  

 

2 comentarios

Carlos -

Sin duda, acierdas, Hard. Escribo esto en primera persona, sufriendo y aprendiendo, luchando contra mi orgullo herido y contra recuerdos que, por mi salud mental (¡!), espero olvidar pronto.

Hard -

Advierto en este relato tintes autobiográficos del autor, ¿estoy equivocado?.
Poeta, feliz año 2007, y sigue deleitándonos con tus historias.